Exponemos al
muerto apresuradamente, lo inhumamos apresuradamente: ocultando, de inmediato,
lo que habíamos mostrado como si estuviésemos bajo la presión de una publicidad
o bajo la exigencia de un sacar a la luz definitivo. La muerte siempre es
pública, pide ser publicada; entonces se remata y considera que estamos en paz
con ella cuando hemos identificado oficialmente lo no identificable: de ahí,
esas ridículas ceremonias en las que el público se apiña, pues eso le
pertenece, lo mismo que él pertenece a lo que ahí se publica, en una soberanía
pública en la que se reconoce,
encantándose, lamentándose, curioso, ajetreado, mortalmente ajitado,
participando de todas formas (aun cuando no tome parte alguna) en esas fiestas
fúnebres y afirmando su derecho a (pro)seguir: exequias.
Maurice Blanchot
El paso (no) más allá