02. CURRÍCULUM O LE LABERINTE

 
* La relación de mí con el otro, difícil de pensar (relación que el [el]lo <relataría>): debido al estatuto del otro, tan pronto y a la vez el otro como término, tan pronto y a la vez el otro como relación sin término, relevo que tiene que ser siempre relevado; debiendo éste, después, dado el cambio que propone al <mí>, aceptarse entonces no solo como hipotético, ni siquiera sólo como ficticio, sino también como abreviatura canónica que representa la ley de lo mismo, de antemano roto (de nuevo, pues –bajo la falaz proposición de ese mí hecho pedazos, íntimamente herido- de nuevo un mí vivo, es decir, colmado).

* Como si hubiese resonado, ahogadamente, una llamada.

* Al borde de la escritura, siempre obligado a vivir sin ti.

* Le resultaba casi fácil, allí donde vivía, vivir casi sin signo alguno, casi sin un mí, como al borde de la escritura, cerca de esa palabra, apenas una palabra, más bien una palabra de más y nada más que una palabra gracias a la cual, un día del pasado, dulcemente acogido, recibió la salvación que no salvaba, la interpelación que le había despertado. Era algo que se podía contar, incluso y sobre todo sino había nadie para oírlo. En cierto modo, le hubiera gustado poder tratarlo con la misma dulzura que había recibido: dulzura que lo mantenía a distancia, debido al excesivo poder que le concedía sobre sí mismo y, a través de él, sobre todas las cosas. Casi sobre todas las cosas: siempre había esa ligera restricción, tácita, que le obligaba-dulce obligación a recurrir, a menudo y como debido a un ritual que le hacía sonreír, a esas formas de decir, casi, quizás, apenas, de momento, a menos que, y tantas otras, signos sin significación que, como muy bien sabía (¿sabíalo?), le otorgaban algo muy preciado, la posibilidad de repetirse- pero no, no sabía lo que le acaecía por medio de ellos-, <quizás>el derecho de franquear el límite sin saberlo, <quizás> el retroceder angustiado, perezoso, ante la afirmación decisiva de la que le protegían a fin de que aún estuviese allí para no oírla.

* Como si hubiera resonado, ahogadamente, esa llamada, una llamada no obstante alegre, el griterío de unos niños jugando en el jardín: <¿hoy quién es mí?><¿Quién hace las veces de mí?> y la respuesta alegre, infinita: él, él, él.
   El pensamiento que le había conducido al borde del despertar: nada le estaba entredicho, ni las astucias, ni los fraudes, ni las costumbres, ni las mentiras, ni las verdades, nada salvo ( otra vez una de esas palabras que estaba acostumbrado a guardar): salvo. Y no se llamaba a engaño, incluso a aquella ley se le podía dar la vuelta, dejándola intacta, a salvo, también a ella.

*<Les daríamos un nombre. >- <Tendrían uno.>-<El que le diésemos no sería su verdadero nombre.>-<Sin embargo, sería capaz de nombrarlos.>-<Capaz de informar que, el día en que se considerasen listos para ello, abría un nombre para su nombre.>-<Un nombre tal que no daría lugar a que se sintiesen interpelados por él, ni tentados de responder a él, ni siquiera jamás nombrados por dicho nombre.>-<¿No hemos supuesto, sin embargo que tendrían uno que sería común a todos ellos?>-<Lo hemos supuesto, pero sólo para que pudiesen pasar desapercibidos con más comodidad.>-<Pero entonces ¿cómo sabremos que podemos dirigirnos a ellos? Están lejos, ¿sabe?>-<Para eso tenemos los nombres, más numerosos y más maravillosos que todos aquellos que se utilizan normalmente.>-<No sabrían que es un hombre.>-<¡Cómo iban a saberlo? No tienen nombre>.

Maurice  Blanchot
El paso (no) más allá