PARTE 1 CIORAN.IMAGENES
E.M. CIORAN
PARTE 1.
A fuerza de acumular misterios nulos y de monopolizar el sinsentido, la vida inspira más espanto que la muerte: es ella la gran Desconocida.
Todo lo que respira se alimenta de lo inverificable; un suplemento de lógica sería funesto para la existencia, esfuerzo hacia lo Insensato.
Todo lo que se construye, todo lo que se deshace, lleva la huella de una fragilidad inmunda, como si la materia fuese el fruto de un escándalo en el seno de la nada.
En este matadero, cruzarse de brazos o sacar la espada son gestos igualmente vanos. Ningún soberbio desencadenamiento sabría sacudir el espacio ni ennoblecer las almas. Triunfos y fracasos se suceden según una ley desconocida que tiene por nombre destino, nombre al que recurrimos cuando, filosóficamente desguarnecidos, nuestra estancia aquí abajo, o no importa dónde, nos parece sin solución o como una maldición que debemos sufrir, irracional e inmerecida.
¿De que sirve polemizar con la nada? Ya es hora de serenarnos, de triunfar sobre la fascinación de lo peor.
La costumbre del razonamiento y de la especulación es índice de una insuficiencia vital y de un deterioro de la afectividad.
Sea cual fuere su orientación política, el español o el ruso que se interroga sobre su país aborda la única cuestión que cuenta ante sus ojos.
Tal problema no perturba ni a los Rusos ni a los españoles. Ineptos para la contemplación intelectual, mantienen relaciones bastantes chocantes con la idea. ¿Que combaten con ella? Siempre llevan la peor parte; se apodera de ellos, les subyuga, les oprime; mártires voluntarios, no piden más que sufrir por ella.
¿Que les queda? Resignarse a si mismos, ya que, fuera de ellos, está toda la historia de la que están excluidos.
Obsesión que no está desprovista de belleza, ya que no les lleva a nada y no interesa a nadie.
Fracasar en la vida, esto se olvida a veces demasiado pronto, no es tan fácil= se precisa una larga tradición, un largo entrenamiento, el trabajo de varias generaciones.
La costumbre del sufrimiento inacabable y sin razones, la plenitud del desastre= ¡que aprendizaje en la escuela de las tribus aplastadas¡ El más antiguo historiador rumano comienza así sus crónicas = “No es el hombre quien gobierna los tiempos, sino los tiempos los que gobiernan al hombre” Formula desgastada, programa y epitafio de un rincón de Europa.
Al penetrer en el infierno literario, va usted a conocer sus artificios y su veneno; sustraído a lo inmediato, caricatura de usted mismo, ya no tendrá más que experiencias formales, indirectas; se desvanecerá usted en la Palabra.
Debemos defendernos contra quienes nos curan, y, aunque pereciésemos por ellos, deberíamos preservar nuestros males y nuestros pecados.
Activa nada, saquea los cerebros y los reduce a un amasijo de conceptos fracturados. No hay idea a la impida unirse a otra, a la que no aísle y triture, de tal suerte que la actividad del espíritu se degrada en una serie de momentos discontinuos.
Según toda evidencia, no será preciso, para revalorizar nuestras ilusiones estéticas, una ascesis de varios siglos, una prueba de mutismo, una era de no-literatura. Por el momento, solo nos queda corromper todos los géneros, empujarlos hacia las extremidades que los niegan, deshacer lo que estuvo maravillosamente hecho. Si, en esta empresa ponemos cierto cuidado de perfección, quizás lograremos crear un nuevo tipo de vandalismo.
De Holderlin y Keats a Walter Pater, el siglo XIX sabía luchar contra sus opacidad y oponerles la imagen de una antigüedad mirífica, cura de luz, paraíso. Un paraíso forjado, ni que decir tiene. Lo que importa es que aspiraban a él, aunque no fuera más que para combatir la modernidad y sus muecas. Uno podía, entonces, entregarse a otra época y aferrarse a ella con la violencia del pesar. El pasado aun funcionaba.
FIN DE LA PARTE 1